El legado de Jordi Pujol, su confesión y la sombra política que proyecta sobre generaciones enteras pedían una narrativa con peso, atmósfera y una puesta en escena tan ambiciosa como precisa. Pero replicar físicamente los entornos de una figura histórica tan compleja, con recursos limitados y múltiples localizaciones, era sencillamente inviable.
Aquí es donde la producción virtual se convirtió en la única vía posible para contar una historia real con una puesta en escena cinematográfica. Y donde Acid Drops hizo la mezcla.